Con
los cambios en materia de educación que supone la denominada “ley Wert” (la
LOMCE impuesta por el gobierno), el estado del sistema educativo es, desde hace
tiempo, un tema que genera controversia y debate entre estudiantes, padres y
docentes partidarios y detractores de las reformas. Si centramos la discusión en la
educación universitaria, vemos que son muchos los problemas que se le
atribuyen, muchas veces utilizados simplemente a modo de pretexto para así
poder “meter la tijera” y reducir un presupuesto que ya ha “adelgazado”
considerablemente. Éste es, desde mi punto de vista, uno de los principales
problemas que sufre la educación universitaria española, aunque existen muchos
más:
En primer lugar podría destacarse el
archiconocido Plan Bolonia, implantado con la intención de potenciar el trabajo
autónomo del alumnado y su participación activa en el aula. Estas medidas,
aunque bienintencionadas, resultan ineficaces en la práctica debido al
creciente número de alumnos por cada profesor, que se debe a los recortes de
presupuesto. Además, en muchos casos, hacen que el contenido de las asignaturas
resulte difuso para el estudiante, al no estar debidamente concretado en clase.
Debería, por lo tanto, aumentarse el número de profesores para las sesiones
prácticas o al menos delimitarse con mayor precisión el contenido de las
asignaturas, pero nunca quedarse “a medio camino”, desorientando a alumnos y
profesores.
Otro problema que debería remediarse es el
que afecta a las becas Erasmus, una opción muy provechosa y casi obligatoria
para la correcta formación de algunos alumnos, como los estudiantes de idiomas.
En primer lugar, debería ponerse freno a los continuos recortes que estas becas
sufren: se lleva la palma la recién estrenada “Erasmus Cero”, en la que el
alumno ha de hacer frente a todos los gastos. El otro gran obstáculo es la
creciente y cambiantes burocracia que parece mutar y que confunde no sólo a
estudiantes, sino también a profesores y coordinadores, haciendo de su
solicitud un viacrucis con estaciones
en ventanillas, oficinas y administraciones.
Por último, considero que el mayor
problema de la universidad española es la apatía imperante entre sus alumnos,
quienes en muchas ocasiones carecen de vocación y entienden los estudios
universitarios como una obligación desagradable, cuando en realidad deberían de
disfrutar de ellos (no olvidemos que ellos mimos eligen los estudios y
asignaturas a cursar). Desgraciadamente, no parece haber una solución rápida y
sencilla para este último problema, pues se trata de la falta de actitud que
afecta a gran parte de la sociedad española y que parece formar parte de su
ADN, transmitida, junto al conformismo y la pasividad ante temas fundamentales
(ya sean la educación, la situación social o el recorte de otros derechos
fundamentales), de generación en generación.
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